Me manejo cómodamente en el lenguaje simbólico. Desde siempre. Desde que elegí ser safante en la guardería por encima de todas las cosas. Desde mucho. Creo que quizás, entre otras cosas, por eso me gustó tanto Sirat. A mi modo de ver, es un desfiladero de simbolismos contemporáneos, no embellecidos pero sí muy bellos, para terminar contándote casi a chillidos que nada en esta vida se puede controlar. Mi gran tarea pendiente. Esa en la que me empeño en cuerpo y alma y que ahora vertebra el relato de mi momento actual. Esta tarea me ancla en una vida cargada de presente y en algunas noches oscuras. No es fácil trascender. Dicho rápido y mal, estas siete líneas, marcan la hipótesis de mi existencia.
Cuento todo esto porque el lunes se nos metió en casa un murciélago. Serían las siete y media de la mañana. Mac estaba en su torreón controlando la M30 como todas las mañanas. Jose para esas horas ya daba motor en un plató del Parque de las Avenidas. Las niñas cogían sus mochilas para irse de viaje de fin de curso e Eeevee se autoproclamaba alcaldesa de sus camas. Yo me disponía a trabajar en una propuesta de narrativa cuando, de repente, ahí lo vi. Un murciélago volaba en círculos por el salón comedor. El gato lo miraba como si nada. Las niñas lo miraban con los ojos divertidos. Y yo lo miraba con los ojos llenos de asombro. ¿Cómo había entrado al salón si nuestras ventanas son batientes? Se fueron las niñas. Encerré a los gatos en una habitación y me dispuse a sacar al murciélago de casa. No sin antes observar su vuelo y buscar alguna notita en él para mí desde el más allá. Ni rastro. Me costó abrir de par en par las ventanas. Sentía algo de miedo por ese ser desconocido. A él le costó salir por las ventanas a pesar de su precisión en el planeo. Sentía algo de miedo por ese ser desconocido que era yo. Finalmente se fue. A las puertas del verano y con mi tío a punto de ser enterrado, quise pensar que ese pequeño mamífero alado, era una despedida, el anhelo de prosperidad y el inicio de una nueva etapa.
Se fue el murciélago. Y al día siguiente nos fuimos Jose y yo. Creamos el espacio para seguir trabajando en nuestro sarcófago asturiano. Al poco de llegar a casa supimos que un ratoncito vivía entre nosotros. A los pies de la cama, en un cesto de mimbre tapado y forrado de tela por dentro. Estuvimos cuatro días preguntándonos Jose y yo, lo mismo que días antes me había preguntado con el murciélago: ¿Cómo había entrado el ratón de campo y se había metido en un cesto cerrado con una tapa? ¿Quién le habría ayudado?
Volvimos a Madrid y empezó el verano. Saqué una carta para Pedro y luego Mac y yo sacamos otra para el verano. El diablo. Sacar a la luz lo oscuro. Qué gran momento este. Llegó el momento de alumbrar. Por eso los días en verano duran tanto. Por eso, mañana hay que quemar. Es una despedida, el anhelo de prosperidad y el inicio de una nueva etapa.