Nadie se quiere chocar contra mí
Descubro que en ese infierno que es Madrid para conducir, está la mística unidad de todas las cosas, que diría Foster Wallace.
Estos días descubro que el acto de conducir es la bandera de las humanidades y la esperanza. Que en ese infierno en la tierra que es Madrid para conducir, está el amor, la hermandad y la mística unidad de todas las cosas que diría Foster Wallace. Que en ese salir a las calles al volante de cualquier cosa que tenga motor y circule, se esconde el éxito sin victoria, de Rebecca Solnit. Que por cada coche que no quiere chocarse contra mí, tras cada ceda que alguien me cede, surge la inspiración para comprender la realidad.
Me saqué el carnet de conducir en enero de 2005. Estaba de prácticas en Double You y fue tan celebrado que hasta Edu me regaló un dibujo. Después de la L, apenas cogí el coche de nuevo. No me tomé el tiempo para responder al ¿Te gusta conducir? Ni tampoco logré entender la conducción como esa gran gesta de libertad e independencia por la que mi madre había suplicado hasta trece veces hasta lograrla. Sencillamente no me interesaba.
Ahora sí. Y dispongo de tiempo y de necesidad. Es por eso que me he apuntado a una autoescuela donde me vendieron un paquete de 11 clases de perfeccionamiento. Según ellos, las clases son de perfeccionamiento, no de reciclaje, porque al tratarse de una memoria no declarativa, procedimental, es difícil que se olvide. El nombre está bien tirado y la reason why para una estudiante de psicología todavía más. Saben de lo que hablan, me dije. También creo yo que también tiene que ver con que hay algo muy aspiracional en el perfeccionamiento y esa idea, amplía mucho más la entrada a la captación en el funnel: nunca nada es perfecto por lo que siempre habrá sitio para la mejora, mientras que el reciclaje tiene los días contados.
Edu, mi profe, y yo salimos desde la calle del General Oráa a las 10’15 de muchas mañanas. Saco el coche de un garaje. Es un Golf. Una vez he ajustado asiento, volante, retrovisores y colocado el cinturón, antes justo antes de arrancar, me digo: hoy nadie quiere chocarse contra mí. Decirme eso a mí misma lo ha cambiado todo. Es un mantra que positiviza (nadie sabe cuánto) mi sentir hacia el acto de conducir. A partir de esa afirmación, arranco el motor, pongo luces, quito freno de mano y marcha atrás saco el coche de ese lugar. Me siento privilegiada por ese paseo recorriendo las calles de Madrid una mañana cualquiera a las 10 de la mañana. Mientras conduzco, Edu me cuenta cosas. Me habla del sistema atencional y de su capacidad de filtración, de focalización y de la atención sostenida. Me ayuda a repasar también para mi examen de psicofisiología de julio sin él saberlo. Entre cambio de carril y cambio de carril me intereso por los coches que me cruzo. El otro día recordaba el This is Water de Foster Wallace. Pienso en la persona que conduce, en si estará bien. ¿Estará muy agobiada en el trabajo? ¿Tendrá alguna prueba médica? Me inquietan los VTC trabajan demasiadas horas y el agotamiento y la atención se llevan bastante mal. A pesar de todos ellos, nadie se quiere chocar contra mí. Es en esa danza coreografiada que es la circulación de una ciudad, donde veo a esa pequeña comunidad de vecinos de la que hablaba la Solnit el martes en Conde Duque, haciendo su día. Cada vez que cojo el coche estoy cambiando mi mundo, estoy siendo más libre, más poderosa eligiendo cómo estar: no desde la configuración por defecto sino desde esa Verdad con V mayúscula que decía el amigo David. Las humanidades al volante.
Ayer conduje desde Valladolid hasta Piloña.
Y nadie quiso chocarse contra mí.
No hay que rendirse.
Hay esperanza.
Gairebé 20 anys després, sóc jo el que s’ha tret el carnet… T’estimo molt, ciosa. Costa creure que hagis guardat aquest dibuix tant de temps! 🙏