Las 3 Reinas Magas
Fue en las noches de reyes, año tras año, cuando aprendimos a tejer nuestra pequeña gran red de cuidados.
Fue la primera misión. Duró años, no recuerdo cuántos. Recopilé tantísima información sobre ellos que hoy, si me pongo, podría escribir el mejor de los perfiles. Casi 9? 10? 11 años investigando? Sabía todo sobre ellos: sus genealogías, sus trayectorias, sus raíces, cómo se conocieron, cómo operaban juntos los 3, su relación con el Antiguo Oriente, con los camellos, con los niños, con la mirra, con el carbón… Sabía de sus buenas intenciones pero aún y así, seguía poniéndome nerviosa cada año a su llegada.
Los reyes magos me daban mucho miedo y a una parte de mí, cada vez le generaban más dudas.
Todos los años íbamos a verles llegar a Granollers en aquellas carrozas de ensueño. Mi madre me daba fuerte la mano y tiraba de mí para colarme en la primera fila. Un año, ella menuda, me aupó y me animó, si tantas dudas tenía, a tirarles de la barba. ¿Qué tendría eso que ver? Le hice caso porque a una madre hay que hacerle caso pero nada pasó.
Mi madre siempre me ayudaba a confrontarme. Al año siguiente, me propuso ir a hablar con ellos. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Me senté con Gaspar, hablamos largo y tendido. Acordé con él recibirles personalmente en casa esa noche. Les esperaría despierta. Fue el único año que preferí dormir sola en el sofá a dormir con mis hermanas. Ellas ya mayores, me dejaron. Mis padres se opusieron, alegaron protegerme, pero ellas ya mayores, les convencieron.
Esperé, esperé y esperé. Con galletas, con agua, con licores y con leche. La noche se me hizo larguísima. Escuché muchos ruidos pero ninguno se convertía en nada que yo pudiera ver. Con las galletas llegó la leche y con la leche el cansancio. Se me metió fuerte el sueño por los ojos y por mucho que frotara no conseguía sacarlo. Cuando ya estaba en las últimas, voilà, aparecieron. El salón ya no era salón, era un establo. Los camellos rondaban por la casa convertida ahora en pajar. Acercaban su morro a mi mano para que les acariciara.
Fue una experiencia increíble. No hicieron ruido. No tomaron nada. Sí me abrazaron pero no me hablaron. Gaspar lucía distinto a como le vi yo por la tarde. Los pajes, silenciosos y hábiles como los carteristas del Raval, sacaron todo tipo de regalos de unos sacos gigantes que todavía hoy no sé cómo metieron en aquel ascensor de la calle Rosellón. Estaba siendo una gran secuencia. Al poco de todo esto, corté a negro y abrí los ojos encontrándome en la habitación de mis hermanas. Nunca supe cómo llegué hasta allí desde el salón.
En cualquier caso, la de reyes era la única noche del año en que me dejaban dormir con ellas, ya mayores. Ellas ya mayores, asumían con amor la posibilidad de mearme del miedo en sus camas. Era solo una noche al año. Pero qué noche. Pero qué miedo. Pero qué nervios. Pero qué todo me daba. Y qué bonito dormir con ellas.
Fue en las noches de reyes,
año tras año,
cuando aprendimos a tejer nuestra pequeña gran red de cuidados.
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Qué preciosidad 🥹😻